Este año, para celebrar el aniversario de María Inés, he escogido, con el permiso correspondiente, una parte del precioso texto que la Madre María Figueroa pronunció al final de aquella misa de despedida.
En familia, informalmente, solo entre nosotros, casi bromeando, como le gustaba a María Inés, me viene espontáneo recordar que la Iglesia empieza sus procesos para estudiar la santidad de sus hijos precisamente a partir de los cinco años de su partida (en nuestro caso, 2017-2022). Pero Don Ignacio, obispo de Huelva, no me lo dijo jocosamente, me lo dijo en serio: “Padre Manolo, no olvide que tiene usted una hermana santa; no lo dice el Papa, pero lo digo yo que soy obispo”.
“María Inés, tuviste un duro caminar, pero tu fe fue grande y la envoltura de un amor sencillo limó las asperezas de un ciego caminar. La inocencia en tu mirada te ayudó a descubrir la hermosura escondida del amor.
Siempre me llamó la atención que te atrajera tanto el Misterio de Jesús Abandonado y de su Madre Desolada, cuando los cascabeles de tu genio alegre se agitaban en tus manos queriendo repicar para los niños, para tus hermanas, para tu gente, para cuantos se acercaban a tu día a día … Pero, cuando he ido acompañando de cerca ese día a día, sí he podido comprobar tu frecuente abrazo con el abandono y la desolación.
Y ya del todo lo abrazaste sobre un hecho que amordazó tu vida tantos años. Con alma de niña y de payaso, con espíritu de atleta o débil pajarillo, fuiste sonrisa, aleteo y firmeza.
Gracias por esos giros con los que, a veces disfrazabas, tus difíciles saltos en el aire.
Gracias y perdón por aquel, que, llena de ilusión, ofreciste por mí y del que nunca me exigiste su precio…
Gracias por tu lucha en la olimpiada de la entrega fraterna, por tu obediencia fiel y tu cariño llevado hasta el final.
Gracias por enseñarnos que el camino del cielo se recorre en lo sencillo de las cosas, tras el velo de la nube pasajera o entre la oscuridad del no saber.
Me dijiste que le pidiera para ti paz y serenidad, estoy segura de que te envolvió con ellas.
Muchos años hemos caminado juntas y tus ojillos siempre me han demostrado esa ingenua simplicidad de estar a mi lado y dejarme estar al tuyo. ¡Gracias por tu abrazo y tu cariño! Gracias por haber cogido la maleta, casi sin nada, pero cargada de ilusión, aunque bañada en lágrimas y haber compartido la misión a la que juntas nos envió el Señor desde Talavera a Huelva.
Sor María Eugenia, Sor Sacramento, Sor María Inés y Sor María, las cuatro magníficas nos decían por ser un poco Quijotes “a lo divino”.
Todos te han querido, niños, familias, amigos, hermanas…
¡Estabas muy “mal” acostumbrada y esta costumbre te ha acompañado hasta el final! Y también después, porque todos te recordaremos en multitud de detalles y anécdotas en tantos nombres que con tanta gracia entrañable supiste poner: la agüeli, la mamá del cole…, en esos dichos de tu abuela que sabías traer a colación, en esos cantos populares y religiosos, en tus chistes escenificados que pasarán a la posteridad como irrepetibles, en las fiestas, que desde que tuviste que irlas dejando ya no han sido las mismas, en tus catequesis de Primera Comunión o en tus clases de un Preescolar lleno de vida y de piruetas, en tus oraciones sencillas y en el compartir la vida, en tus vivas de la Salve Rociera que hacían vibrar la Iglesia y arrancaban aplausos de emoción…
Podría seguir, pero el cuaderno se me acabaría”.
Nota del “editor” para quienes no conocen los detalles: