Nos pasaron el
aviso
los señores del
Gobierno:
“Está todo
decidido
con diálogo y
consenso;
vamos a hacer de
su casa
el mejor de los
museos;
la ciudad lo
necesita,
son obras para
el recuerdo”.
Nosotros muy
obedientes,
fieles a nuestro
silencio,
le pedimos a Agustín,
el Fundador del
convento,
que nos buscara
una casa
que no estuviera
muy lejos.
Agustín cogió la
calle,
y fue subiendo,
subiendo,
hasta dar con un
portón
que tiene
escrito un letrero:
“Tú eres, Señor,
el Bien,
todo Bien, el
Bien supremo”.
“¡Ya está!, se dijo
Agustín:
¡Este es un compañero,
por cierto, muy
buen muchacho!
se apellida “Il
Poverello”.
“¡Fantástico! exclamó:
el asunto está
resuelto.
Se recuerda
entre nosotros
-conversaciones
de cielo-
un abrazo que
fue célebre
entre Francesco
y Domenico.
¡Pues va a ser
hoy más famoso
este abrazo más
moderno!”
“Toca el
timbre”, dice al niño,
(… no sé si es
aquel del puerto,
el que intentaba
meter
el mar en un
agujero).
Se abre el
portón y aparece
un jardín verde
de helechos,
pinos, cipreses,
palmeras…
“¡Es como en el
Paraíso
en las horas del
paseo!”.
***
Jesús, Antonio,
Teodoro,
Julián y los que
se fueron,
(que aquí viven
muchos frailes
en su historial
sempiterno)
salen con Frate
Francisco
que se personó
al momento,
-porque él es
guardián hermano,
vive aquí como
uno de ellos-.
Y estos
bienaventurados
como leen el
pensamiento,
no necesitan
hablar.
Abraza a Agustín
Francesco
y, con gesto cariñoso,
bendice al niño
diciendo:
“Agustín, que no
hay problema:
hemos venido a
tu encuentro
para decírtelo
ya:
aquellas cinco
ventanas
son las de
vuestro aposento.
Trae a tus
frailes aquí.
Agustín, mira:
allí dentro,
justo enfrente
de nosotros,
caben tres.
¿Estás contento?”
- “Gracias”,
repuso Agustín.
Pero se queda en
suspenso,
y, sin quitar la
mirada
a lo alto y
hacia el centro…
“¿Quién esa gran
señora
de ese porte tan
esbelto?”
pregunta
Agustín. “¿Quién es?”
Y responden,
sonrientes,
los cuatro frailes
a un tiempo:
“Es nuestra
Hermana Palmera”.
- “¿Cuántos años
tiene ya?”
pregunta Agustín
muy serio.
Y Francisco, complaciente:
“Ya te
olvidaste, Agustín,
que en este
bendito suelo
preguntar a las
señoras
el año de
nacimiento
no está bien
visto? - “Pues claro”,
dice Agustín. “Ya
lo entiendo.
Su expresión es
tan grandiosa
que va más allá
del tiempo.
Ella dice sin
palabras
lo que enseñabas,
Francesco:
Que el Gran Amor
no es amado
y por eso apunta al cielo;
la palmera es nuestra ansia
de Amor Imperecedero.
Nos has hecho
para Ti,
y el corazón
vive inquieto.
¿Y las cuatro
ramas verdes
que se mecen con
el viento
allá arriba?
¿Sois vosotros,
los cuatro de
este convento?
.... “Paz y Bien”,
dice Francisco.
Y los cinco
sonrieron.
Y en este aire
de fiesta,
de entendimiento
fraterno,
rezaron juntos
los siete
(El niño estaba
en el medio;
No era el de la
concha, no
era Jesús, el
Maestro,
en forma de
adolecente,
que goza cuando
Francesco
instaura fraternidad).
Y tras un breve silencio:
“Tú eres, Señor,
el Bien,
todo Bien, el
Bien supremo”.
Gracias
Precioso 😍
ResponderEliminarPrecioso 😍
ResponderEliminarQue bonito!
ResponderEliminarCarismatico
ResponderEliminarPrecioso, verdadera unidad de la Iglesia; sueño del "niño" que andaba entre ellos.
ResponderEliminar