domingo, 4 de octubre de 2020

Cádiz 4 de octubre de 2020. "Entre Agustín y Francisco Letrillas" Por el P. Manolo Morales

 

Tres Agustinos alojados en San Francisco mientras duren las obras en San Agustín

Nos pasaron el aviso

los señores del Gobierno:

“Está todo decidido

con diálogo y consenso;

vamos a hacer de su casa

el mejor de los museos;

la ciudad lo necesita,

son obras para el recuerdo”.

Nosotros muy obedientes,

fieles a nuestro silencio,

 le pedimos a Agustín,

el Fundador del convento,

que nos buscara una casa

que no estuviera muy lejos.

Agustín cogió la calle,

y fue subiendo, subiendo,

hasta dar con un portón

que tiene escrito un letrero:

“Tú eres, Señor, el Bien,

todo Bien, el Bien supremo”.

“¡Ya está!, se dijo Agustín:

¡Este es un compañero,

por cierto, muy buen muchacho!

se apellida “Il Poverello”.

“¡Fantástico! exclamó:

el asunto está resuelto.

Se recuerda entre nosotros

-conversaciones de cielo-

un abrazo que fue célebre

entre Francesco y Domenico.

¡Pues va a ser hoy más famoso

este abrazo más moderno!”

“Toca el timbre”, dice al niño,

(… no sé si es aquel del puerto,

el que intentaba meter

el mar en un agujero).

Se abre el portón y aparece

un jardín verde de helechos,

pinos, cipreses, palmeras…

“¡Es como en el Paraíso

en las horas del paseo!”.

***

Jesús, Antonio, Teodoro,

Julián y los que se fueron,

(que aquí viven muchos frailes

en su historial sempiterno)

salen con Frate Francisco

que se personó al momento,

-porque él es guardián hermano,

vive aquí como uno de ellos-.

Y estos bienaventurados

como leen el pensamiento,

no necesitan hablar.

Abraza a Agustín Francesco

y, con gesto cariñoso,

bendice al niño diciendo:

“Agustín, que no hay problema:

hemos venido a tu encuentro

para decírtelo ya:

aquellas cinco ventanas

son las de vuestro aposento.

Trae a tus frailes aquí.

Agustín, mira: allí dentro,

justo enfrente de nosotros,

caben tres. ¿Estás contento?”

- “Gracias”, repuso Agustín.

Pero se queda en suspenso,

y, sin quitar la mirada

a lo alto y hacia el centro…

“¿Quién esa gran señora

de ese porte tan esbelto?”

pregunta Agustín. “¿Quién es?”

Y responden, sonrientes,

los cuatro frailes a un tiempo:

“Es nuestra Hermana Palmera”.

- “¿Cuántos años tiene ya?”

pregunta Agustín muy serio.

Y Francisco, complaciente:

“Ya te olvidaste, Agustín,

que en este bendito suelo

preguntar a las señoras

el año de nacimiento

no está bien visto? - “Pues claro”,

dice Agustín. “Ya lo entiendo.

Su expresión es tan grandiosa

que va más allá del tiempo.

Ella dice sin palabras

lo que enseñabas, Francesco:

Que el Gran Amor no es amado

 y por eso apunta al cielo;

 la palmera es nuestra ansia

de Amor Imperecedero.

Nos has hecho para Ti,

y el corazón vive inquieto.

¿Y las cuatro ramas verdes

que se mecen con el viento

allá arriba? ¿Sois vosotros,

los cuatro de este convento?

.... “Paz y Bien”, dice Francisco.

Y los cinco sonrieron.

Y en este aire de fiesta,

de entendimiento fraterno,

rezaron juntos los siete

(El niño estaba en el medio;

No era el de la concha, no

era Jesús, el Maestro,

en forma de adolecente,

que goza cuando Francesco

instaura fraternidad).

 

Y tras un breve silencio:

“Tú eres, Señor, el Bien,

todo Bien, el Bien supremo”.

 

Gracias

 

 

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